Cierto es que, como atestiguan las crónicas antiguas(léase Jenofonte y Tito Livio, o mas recientemente grandes exploradores modernos, como Burton y Arseniev), recorrer grandes distancias a pie y cargados con el avituallamiento no era tan excepcional en otros tiempos, pero……nunca creí que en paset a paset podríamos llegar a emularlos (no lo digo porque la mayoría ya no estemos en edad de procrear, como las mulas), haciendo nada menos que… ¡treinta y cuatro Km. ! . Ni siquiera paramos a almorzar. Lo hicimos antes de empezar a andar, no fuera que muriéramos en el intento, y quedarse tieso con el estomago vacío debe ser muy desagradable. Además la proeza la consumamos sin sudar apenas, llegamos a los coches frescos como una rosa, y con el agua en las mochilas, prácticamente intacta. Y con todo el vino que llevábamos también, ¡ojo!, que nos estábamos beodos. De hecho no llevábamos vino, por eso no bebimos. Como digo, increíble, pero lo cierto es que nuestro querido “parato” eso marcaba, y nuestra fe en él es inquebrantable, porque sino ¿ a quién acudiremos cuando estemos perdidos en medio del monte ? Así que no hay más que hablar, 34 Km., eso sí, muy llevaderos. Véanse las magníficas fotos que lo atestiguan.
Lo que más nos costó fue llegar al punto de partida, hasta alguno decía que se mareaba y amenazaba “bosar”, de las vueltas que dimos. Palante, patrás, un, dos, tres ..(con música, por favor) parecía la Yenka. Pero había demasiada niebla para ser un guateque. Al fin llegamos a Las Moratillas, y pudimos darnos un bonito garbeo por el principio de la ruta El Fresnal, con ejemplares de fresno, claro, además de algún precioso y raro ejemplar de roble mediterráneo, varios madroños, verdes aun los frutos, tomillo, pebrella, romero…todo señalizado con carteles, la mayoría en el suelo, sin duda para que hiciéramos unas flexiones: esta todo estudiado. Parecía un jardín botánico en pleno monte.
No bajamos al barranco, se nos hubiera hecho muy tarde, y lo primero es lo primero: nos esperaba la comidita en casa. Desandamos el camino y prolongamos el paseo por la pista que viene de Yátova, charlando y planeando volver para completar la ruta y hacer un buena chuletada en las instalaciones del campamento. El lugar lo merece, tiene un entorno espectacular, con una naturaleza exuberante
Para no repetir el baile, volvimos por Siete Aguas, por una pista forestal con tobogán incluido, para darle un poco de emoción a los coches. ¿Resistirán los amortiguadores? Resistieron.
Una tranquila excursión, buen camino, precioso conjunto natural, mejor compañía, naranjas aportadas con generosidad por Orange Market, y 34 Km. sin despeinarnos., ¿Qué más se puede pedir?. INCREIBLE.
Luis dijo:
ResponderEliminarmayo 14, 2011 en 9:27 pm (Editar)
INCREIBLE GESTA
Cierto es que, como atestiguan las crónicas antiguas(léase Jenofonte y Tito Livio, o mas recientemente grandes exploradores modernos, como Burton y Arseniev), recorrer grandes distancias a pie y cargados con el avituallamiento no era tan excepcional en otros tiempos, pero……nunca creí que en paset a paset podríamos llegar a emularlos (no lo digo porque la mayoría ya no estemos en edad de procrear, como las mulas), haciendo nada menos que… ¡treinta y cuatro Km. ! . Ni siquiera paramos a almorzar. Lo hicimos antes de empezar a andar, no fuera que muriéramos en el intento, y quedarse tieso con el estomago vacío debe ser muy desagradable. Además la proeza la consumamos sin sudar apenas, llegamos a los coches frescos como una rosa, y con el agua en las mochilas, prácticamente intacta. Y con todo el vino que llevábamos también, ¡ojo!, que nos estábamos beodos. De hecho no llevábamos vino, por eso no bebimos. Como digo, increíble, pero lo cierto es que nuestro querido “parato” eso marcaba, y nuestra fe en él es inquebrantable, porque sino ¿ a quién acudiremos cuando estemos perdidos en medio del monte ? Así que no hay más que hablar, 34 Km., eso sí, muy llevaderos. Véanse las magníficas fotos que lo atestiguan.
Lo que más nos costó fue llegar al punto de partida, hasta alguno decía que se mareaba y amenazaba “bosar”, de las vueltas que dimos. Palante, patrás, un, dos, tres ..(con música, por favor) parecía la Yenka. Pero había demasiada niebla para ser un guateque. Al fin llegamos a Las Moratillas, y pudimos darnos un bonito garbeo por el principio de la ruta El Fresnal, con ejemplares de fresno, claro, además de algún precioso y raro ejemplar de roble mediterráneo, varios madroños, verdes aun los frutos, tomillo, pebrella, romero…todo señalizado con carteles, la mayoría en el suelo, sin duda para que hiciéramos unas flexiones: esta todo estudiado. Parecía un jardín botánico en pleno monte.
No bajamos al barranco, se nos hubiera hecho muy tarde, y lo primero es lo primero: nos esperaba la comidita en casa. Desandamos el camino y prolongamos el paseo por la pista que viene de Yátova, charlando y planeando volver para completar la ruta y hacer un buena chuletada en las instalaciones del campamento. El lugar lo merece, tiene un entorno espectacular, con una naturaleza exuberante
Para no repetir el baile, volvimos por Siete Aguas, por una pista forestal con tobogán incluido, para darle un poco de emoción a los coches. ¿Resistirán los amortiguadores? Resistieron.
Una tranquila excursión, buen camino, precioso conjunto natural, mejor compañía, naranjas aportadas con generosidad por Orange Market, y 34 Km. sin despeinarnos., ¿Qué más se puede pedir?. INCREIBLE.
¡ Portaos bien y no os metáis en líos, chicos !